sábado, 1 de octubre de 2011

Dios


 En los días de mi más remota antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:


-Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y te obedeceré por siempre jamás.


Pero Dios no me contestó, y pasó de largo como una potente borrasca.


Y mil años después volví a subir a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:


-Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro, y te debo todo cuanto soy.


Y Dios no contestó; pasó de largo como mil alas en presuroso vuelo.


Y mil años después volví a escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:


-Padre, soy tu hijo. Tu piedad y tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu Reino. Pero Dios no me contestó; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes montañas.


Y mil años después volví a escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:


-¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo; junto creceremos ante la faz del sol.


Y Dios se inclinó hacia mí, y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre hasta él, Dios me abrazó.


Y cuando bajé a las planicies, y a los valles vi que Dios también estaba allí.
                                           Khalil Gibran.

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