Dijo León Felipe: "El camino más corto entre el hombre y la luz es la parábola". Siguiendo su sabia sentencia, escribí este relato en el que digo que la vida del hombre en el mundo es semejante a una gota de agua que tenía sed.
Estaba la gota de agua sobre el tronco de un rosal que creció desconsolado, porque nunca le había nacido ni una rosa de sus ramas. Solo estaba el rosal en aquella ladera polvorienta, muy solo.
En una noche silenciada, cuando surgía tras la montaña la claridad de la luna llena, oyó el rosal unos quejidos dolientes. Al buscar de dónde venían, descubrió bajo sus hojas a la gota de agua que lloraba con amargura.
—¿Porqué lloras?
— Porque tengo sed.
—¿Sed tú? ¡Pero si tú eres agua! ¿Cómo puedes tener sed?
—Tengo sed —insistió la gota de agua; y dijo extenuada: —Yo nunca había sentido esto tan horrible. Caí del cielo con la lluvia del jueves junto a muchas otras gotas que ya se han metido a la tierra. Sólo yo quedé aquí, por miedo a entrar en la obscuridad del suelo, pero al quedarme el sol estuvo secándome con sus rayos todo el día. Ahora tengo sed... mucha sed… y miedo de morirme... ¡Ayúdame!
El rosal recordó su propio miedo, el que sentía cada vez que pasaba el labrador cortando la hierba que no daba flores. La insistencia de la gota de agua era ya casi agónica:
—¡Dame agua! ¡Pronto!
—Ya no tengas miedo —le consoló el rosal—. Tú eres agua que llegaste del cielo para dar vida nueva. Dame de esa vida, que yo la necesito. Entra en mí. Yo calmaré tu sed con la humedad de mis raíces y tú harás por mí lo que no han hecho las demás gotas que llegaron contigo: ¡Me darás una rosa!
La gota de agua imaginó el calor del sol, secándola. Y por salvarse, bajó del tronco ya casi exánime y venciendo sus temores, empezó a adentrarse en la tierra.
La obscuridad le asustó, pero siguió bajando en busca de las raíces del rosal. De repente se vio arrebatada por un torrente de savia que la subía hacia las ramas. Y sintiéndose ya sin sed, se ilusionaba con el presentimiento de tener ya nueva vida. También el rosal presentía una vida nueva en sí mismo, y no pudo contener su júbilo al decirle a la gota de agua:
—¡Gracias por haberte decidido a ser lo que tú eres: eres agua creada para dar la vida. Ya siento en mis tallos una vitalidad que no conocía, como si algo empezara a nacer en ellos! Y luego exclamó:
—¡Por habernos dado el uno al otro llamémonos amigos! Seremos desde ahora como un solo ser: tú vivirás en mí; yo cuidaré de ti. Y cuando de mis brazos brote la rosa que nunca he tenido, esa rosa será tan tuya, como será muy mía.
Nació en la mañana de un jueves de mayo, cuando estaba amaneciendo. Era un hermoso capullo de pétalos envueltos en inédito verdor.
Poco a poco fue creciendo, colmándose sin prisas de todos sus adornos y sus aromas todos. Así, en otro amanecer luminoso, los pétalos se abrieron adornando con elegante gracia el ropaje escarlata de la rosa nueva. Y empezó a recibir alientos de brisa y de rocío, de sol y lluvia. De vida.
Tiernamente cuidaba el rosal a su rosa. Y la gota de agua, que percibía muy de cerca su perfume, sonreía feliz al rosal.
Una tarde pasó por la vereda el labrador de regreso a su hogar, cantando la canción de los trigales. Y al ver al rosal, detuvo sus pasos sorprendido por la presencia nueva de la rosa nueva. Quiso cortarla, mas pensó mejor en llevar todo el rosal a su huerto. Allí le daría más rosas como aquélla. E ilusionado en verlo en unos días más colmado de floración, lo sacó de la ladera polvorienta.
—¿A dónde vamos? —preguntó la gota de agua sintiéndose llevada.
—Vamos a vivir nuestra felicidad en un jardín en el que ya no existe aquella muerte a la que teníamos tanto miedo. ¡Quién hubiera pensado aquella noche de sed mortal y de temores, que el darnos uno al otro nos haría vivir ya para siempre.
Muchas rosas más nacieron después de aquel rosal en el huerto al que lo llevó a vivir el labrador. Sus días, y los días de la gota de agua, ya no fueron monótonos jamás. Cada uno les traía consigo un nuevo motivo para vivir fecundamente.
Y allí, entre elegancias de escarlata y de perfumes, de verdor y de frescura, el rosal y la gota de agua gozaron enternecidos de su amistad entrañable. Y vivieron felices muchos, muchos años.
Dr. jorge Fuentes Aguirre.
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